sábado, 17 de marzo de 2018

Cataluña y España: el fondo de la cuestión. Qué es la solución federal.


            Nos encontramos a menudo con elementos que existen sólo porque existe su opuesto, y lo mismo podemos decir a la inversa: sus opuestos existen sólo en virtud de que ellos existen. En tales casos, es la relación mutua entre un elemento y su opuesto lo que sustenta la naturaleza individual de cada uno de ellos; naturaleza que desaparece, por tanto, si los intentamos considerar por separado. Por ejemplo, en el fútbol ocurre esto cuando hablamos de “equipo atacante” y “equipo defensor”. Decir que hay un equipo en el terreno de juego, añadir que está en posesión de la pelota y finalmente afirmar que este equipo está “atacando” sólo tiene sentido si, a la vez, hay otro equipo en el campo que no tiene la posesión y “defienden” su puerta (y lo mismo ocurre a la inversa: no hay equipo defensor si no hay equipo atacante). Es la relación mutua entre ambos elementos, el equipo atacante y el equipo defensor, la que les confiere sus naturalezas respectivas (de atacante y de defensor). Y lo mismo que sucede en este ejemplo se puede encontrar en centenares de otras situaciones cotidianas, aunque quizá no nos hayamos nunca parado a pensarlo (por ejemplo, en un proceso de compra-venta: no hay comprador si no hay vendedor, y viceversa).

            El ejemplo del fútbol, sin embargo, es particularmente interesante porque reviste de una característica clave: es un tipo de relación entre opuestos no estática, sino dinámica. Me explico: entre ambos opuestos (recordemos: equipo atacante y equipo defensor) existe una tensión que empuja con más o menos vehemencia a que la situación evolucione en el tiempo, a que el sistema se reconfigure o reacomode y, fruto de esa relación “tensa” entre opuestos, se produzcan cambios, sutiles o evidentes, drásticos o leves. Por ejemplo, el equipo defensor puede hacer una falta, y entonces el tipo de ataque pasará a ser distinto, con un disparo directo o indirecto a puerta. También puede, sencillamente, perder la posesión de la pelota el equipo atacante, en cuyo caso los roles se invierten y pasaría a ser defensor. Finalmente, si los atacantes logran su objetivo principal, o sea, marcar gol, entonces también pierden la posesión, pero pasarán a ser defensores en condiciones claramente alteradas: con un tanto más a su favor en el marcador.

            ¿A dónde conduce toda esta reflexión sobre sistemas de opuestos interdependientes, que evolucionan fruto de la tensión que existe entre ellos?

            Como queremos examinar la problemática actual de lo que algunos han dado en denominar “la cuestión catalana”, esto es, un problema de naturaleza social, comenzaré por señalar uno de los ejemplos más conocidos de estos “sistemas de opuestos”, justamente, en el ámbito social. A saber, la relación que existe entre explotados y explotadores. No tiene sentido hablar de explotador si no hay alguien que esté siendo explotado; asimismo, tampoco podría existir nadie con el atributo de “explotado” si, a su vez, no hubiera otro que lo explotara. Resulta claro como el agua que esta relación es, también, de tipo “dinámico”, es decir: la tensión que existe entre estos opuestos (los “explotados” y los “explotadores”) produce eventualmente cambios, reconfiguraciones del sistema, deslizamientos de placas que, a veces, llegan a ser tan vigorosos que –digamos– se produce el terremoto y se subvierte todo el sistema: el grupo de antiguos explotados pasa a convertirse en nuevo grupo explotador. De procesos de este tipo, llamados comúnmente “revoluciones”, la Historia está llena.

            Pero recordemos que antes, cuando hablábamos del ejemplo del fútbol, hemos puesto en relieve la posibilidad de que tengan lugar diferentes evoluciones dinámicas y posterior reconfiguración de los sistemas, fruto de la tensión entre las fuerzas enfrentadas: a veces, sencillamente el defensor acaba robando el balón a los atacantes; en otras ocasiones, al intentarlo, hace una falta y no sólo el atacante inicial recupera la posesión, sino que el defensor se ve obligado a sufrir un disparo de castigo; y también puede suceder, en fin, que los atacantes marquen un gol, lo cual constituye una manera dudosamente ventajosa de lograr hacerse, el defensor, con la posesión de la pelota.

            Un gol, hablemos claro, es lo que el “equipo” de los explotadores de España (incluyendo a Cataluña) le ha metido por la escuadra al equipo de los explotados, los cuales constituyen, cabe subrayarlo, la inmensa mayoría de la población (tanto en España como en Cataluña). Aclaremos esto: en la relación complicada y potencialmente “sísmica” entre los explotadores y los explotados, no habrá peligro para los primeros si los segundos se despistan y pierden la conciencia de cómo y por quién están siendo explotados. Si los explotadores, cuyos tentáculos de poder son cuasi omnímodos (y, entre otras cosas, están firmemente adheridos a los medios de información y desinformación), logran desviar la atención de los explotados hacia algún dilema relativamente inofensivo que los encandile y obsesione, y los mantenga ocupados intentando poco menos que la cuadratura del círculo, entonces habrán logrado asegurar su posición, garantizar que seguirán ganando la partida económica –pues tal es la naturaleza de la explotación por antonomasia, inútil obviarlo– durante un largo periodo: por varios años, e incluso décadas.

            Y, ¿qué mejor manera de lograr este cometido, sino instrumentalizando otra relación dinámica de contrarios interdependientes cuya naturaleza también sea social pero –¡cuidado!– no económica?

            Estoy hablando, claro está, de los sentimientos identitarios enfrentados, tal como viene ocurriendo en la cuestión catalana en su último tramo a día de hoy; esto es, lo que se ha dado en llamar “el procés”. La relación entre atacantes y defensores, entre explotadores y explotados, ha cristalizado en una nueva y fiera relación entre opuestos: los sentimientos identitarios del separatismo catalán, por un lado, y los del malhadado “a por ellos” españolista (el de las cargas policiales y la judicialización de la política), por otro. Contrarios, éstos, que también se necesitan mutuamente para existir en las respectivas modalidades agresivas que hoy predominan. Y que, al igual que en los ejemplos anteriores, están en continua tensión y reconfiguración del sistema, es decir: constituyen un nuevo ejemplo de un conflicto de opuestos interdependientes, cuya evolución es un proceso dinámico que fluye por derroteros que, en este caso, son difícilmente predecibles a priori.

            Ahora bien, comparemos por un momento los dos conflictos de opuestos que hemos observado que existen hoy en la sociedad española y catalana. En primer lugar, el de naturaleza económica, entre “explotados” y “explotadores” –que exista en nuestra sociedad, por cierto, no tiene nada de particular, pues sabemos que esta dicotomía explotados-explotadores es la radiografía económica de todas las sociedades en, cuando menos, la Europa occidental desde el siglo XVIII–. En segundo lugar, el conflicto de naturaleza identitaria, en su versión feroz de independentismo catalán unilateral contra españolismo represivo. Ambos sistemas de contrarios en pugna, el económico y el identitario, se hallan, a su vez, en relación entre sí. Y ello es así porque el segundo no es más que la instrumentalización de la cuestión identitaria llevada a cabo por una de las partes del primero (los “explotadores”), con objeto de crear una apariencia de problemática social seria (la identitaria), la cual enmascara el fondo de la verdadera naturaleza del problema, que es económico (la explotación). Y ello obedece, como he dicho algo más arriba, a la necesidad de la parte explotadora en tal conflicto (el “económico”) de hacer que la parte explotada pierda conciencia del verdadero juego al que se está jugando, y concentre todas sus energías, tiempo y espacio mental en el otro juego de contrarios (el identitario), lleno de contrastes muy claros y pasiones muy fácilmente inflamables –y, por ello mismo, tan instrumentalizable–, y así dejar campo libre a los explotadores –catalanes y españoles– para que puedan seguir cultivando tranquilamente su oficio, esto es: chuparle la sangre a los explotados.

            (Si alguien cree que exagero, haré un inciso para ir a los datos –si alguien, en cambio, ya sabe que no exagero, puede saltarse este párrafo con total confianza y pasar al siguiente–. En la columna “Pensamiento Crítico” del diario electrónico Público, el catedrático catalán de Ciencias Políticas y Sociales Vicenç Navarro nos informaba, el 30 de junio de 2017, de que a lo largo del periodo que va desde 2008 hasta 2016 «las rentas del Trabajo como porcentaje de todas las rentas en Catalunya bajaron del 50% al 46%, mientras que las rentas del capital subieron durante el mismo periodo del 42% al 45%. En otras palabras, mientras que las clases populares vieron como sus rentas disminuían, los súper-ricos, los ricos y las personas pudientes con elevados recursos las vieron aumentar». Sólo haré un comentario al respecto: el periodo señalado es el conocido como la Gran Recesión –la famosa “crisis”, vaya, de la que ahora algunos proclaman que estamos saliendo–. A su vez, lo que se llama “el procés” arranca en 2010. Crisis, sí… pero ¿crisis para quién?).

            Voy a ilustrar mi análisis de toda esta situación con una única imagen, muy breve y sencilla, que puede hacer las veces de resumen de la misma. Podría parecer que las fuerzas independentistas del “procés” (Junts pel Sí y la CUP) estiraban de la cuerda en una dirección, y que sus enemigos frontales (digamos: el PP y Ciudadanos, aunque al cabo también haya que añadir, pese a algunos amagos, al PSOE/PSC) estiraban en sentido opuesto de la misma cuerda. Esta imagen es miserablemente falsa e induce a engaño. Lo que en realidad aquí ocurre, si se examina bien la cuestión, es que la cuerda de la que los unos estiran está atada al borde de una rueda, y la cuerda de la que estiran los otros está atada al borde diametralmente opuesto de la misma rueda, y así, aunque parezca que unos tiran hacia Gerona y los otros hacia Badajoz, en realidad ambos no hacen más que poner la rueda a girar. ¿Y sobre quién se apoya el eje de esta rueda que gira? Sobre las cabezas de la inmensa mayoría, tanto de catalanes como españoles, cabezas que son machacadas con el giro de la rueda, como se machaca el fruto bajo las ruedas del molino, para sacarle todo el jugo y deshacernos, después, de la pulpa.

            Llevo observando todo el “procés” a la luz de este análisis desde hace ya mucho tiempo. Si no me había decidido a ponerlo todo negro sobre blanco había sido, quizá, para no echar más leña al fuego y no hacerme más mala sangre, cosa que, por desgracia, me cuesta últimamente evitar a causa, a menudo, de cosas tan cotidianas como abrir un periódico.

            Anoche, sin embargo, algo me hizo modificar mi decisión. Fui, bastante animado, a un acto en la ciudad de Barcelona al que asistieron unas ciento veinte personas, en el cual se hablaba de federalismo como respuesta a toda la problemática de la “cuestión catalana”. Pese a que mucho de lo que allí se dijo me pareció, por unos u otros motivos, sumamente acertado, eché de menos una exposición clara y concisa, desde un pensamiento de izquierdas –que era el que profesábamos los allí reunidos–, de qué modelo federal para España resolvería este problema, y por qué.

            Pero no pedí la palabra porque, sinceramente, no confiaba en mi capacidad de explicarlo de manera concisa y sucinta, y a la vez con la claridad y el énfasis necesarios para que quien me oyera se persuadiera de mis razones y las pudiera usar en lo sucesivo en foros sobre la cuestión catalana o un nuevo modelo territorial para España. Y es por ello que al fin, solo y ya en casa, me ha faltado tiempo para llevar mi reflexión al papel: al objeto de hacerla llegar a quienes se digan de izquierdas y federalistas, pero hallen que la senda que de ello resulta parece presentar perfiles brumosos, excesivamente poco definidos en algunos aspectos.

            Nada de eso: el camino, y nuestra tarea, está sumamente claro (otra cosa será la habilidad que mostremos al poner manos a la obra). Veamos por qué. Si se han seguido todos mis razonamientos hasta aquí, se recordará que existe ya instalada en la sociedad española y catalana una doble problemática: la genuina y propiamente estructural de este tipo de sociedad, de naturaleza económica, que enfrenta a explotados y explotadores, y una “emanación” o “efluvio” interesado de ella, la de naturaleza identitaria, que enfrenta –simplificaré los términos empleados, por brevedad– al “independentismo unilateral” con el “españolismo agresivo”, problemática que no es verdaderamente estructural sino espuria, una máscara distractora que convenía a una de las partes del conflicto económico, pero que se ha llegado ya a asentar con tanta vehemencia sobre la sociedad que ahora representa un grave problema en sí mismo, que ha venido para querer quedarse.

            Es casi una trivialidad descubrir, llegado este punto del razonamiento, que un modelo federal resuelve simultáneamente ambos problemas –o, siendo estrictos, supone un gigantesco avance en la resolución del económico y solventa en su práctica totalidad el identitario– siempre que tenga dos características básicas irrenunciables. La primera, que haya una fiscalidad única, férreamente blindada por la legislación federal, altamente progresiva, solidaria y redistributiva respetando ordinalidad, así como que cuente con un buen sistema público de sanidad, educación y pensiones, tal que ofrezca exactamente la misma calidad de servicio para cualquier ciudadano o ciudadana, viva éste en Barcelona o Jaén, en la ciudad o en el campo. Y la segunda característica consiste, obviamente, en transferir a las unidades federadas las competencias relativas a los rasgos culturales propios e identitarios.

            Aun siendo conscientes de que lo dicho es sólo el esbozo del plan y habría mucho más que decir en su desarrollo (y a ello habrá que ponerse con celeridad, antes de que despierte otra vez la bestia del “procés” y lo estropee todo aún más), pienso que las líneas generales del tipo de modelo federal necesario quedan ya lo suficientemente establecidas con la sencilla propuesta del párrafo precedente; pienso, asimismo, que en estas líneas generales se ha dejado muy claro también qué función cumple cada una de las dos características que se exigen: la primera se encamina a poner remedio al problema económico, y la segunda al identitario.

            Ahora bien, alguien podría objetar –como se ha objetado en el encuentro de hoy–: «Muy bonito, pero ¿y si la novia se niega?». A esta pregunta, no obstante, sí se ha dado una respuesta desde la mesa de ponentes, clara y contundente, en la reunión, la cual paso a transcribir al pie de la letra: «Si la novia se niega… habrá que cortejar a la novia».

            Digámoslo de forma explícita, pues no hay que entender de la anterior manera figurada de hablar, ni mucho menos, que se esté sugiriendo algo así como “engañar a la ciudadanía” para lograr su (digamos) “apoyo electoral”. Es justo al contrario. Es decir: la ciudadanía puede llegar por sí misma a ser consciente de sus malestares,  pero lo habitual es que esta conciencia tenga lugar de modo sintomático o superficial, y muy ciego será quien dé la espalda a la evidencia de que la clase propietaria, es decir, los explotadores, haciendo uso del omnímodo poder al que hacíamos mención más arriba, se encargará siempre de modelar la maquinaria social para que la mayoría constituida por los ciudadanos y ciudadanas que son explotados no sea capaz de ir más allá por sí misma (y, lo que quizá resulte aún peor, no desee ir más allá), y no trate de entender qué hay debajo de sus síntomas aparentes, de conocer cuáles son los verdaderos mecanismos ocultos con los que opera la explotación de la cual es objeto.

            Es nuestra misión, pues, en tanto que federalistas con ideología de izquierdas, no sólo la de preparar una propuesta de modelo territorial clara y no ambigua, siguiendo la línea de las dos características fundamentales que antes he enunciado y justificado,  sino también la de ir a las masas para hacer pedagogía de ese programa federalista; para ayudarles a que aprendan a mirar con profundidad, más allá de los síntomas externos; a que sepan quitar la máscara que sus explotadores han colocado sobre la realidad de su explotación, y comprendan el engaño del que han sido objeto; para poner, en suma, las cosas en su sitio y entender que la única solución del doble problema que hoy les aqueja es una república federal, solidaria y plurinacional.
                                                                                           
Pepe Ródenas Borja, 17 de marzo de 2018